Entrevista al escritor y editor de Upala Books, Mario Catelli.
Mario Catelli: «Es importante que los cuentos infantiles puedan hablar de conflictos presentes»
Mario Catelli es escritor, editor y fundador de la editorial de cuentos infantiles personalizados Upala Books. Se considera músico por encima de todo, sobre todo de jazz y música brasileña. Es un apasionado de la literatura infantil, de la que tiene varios títulos, y también cuenta con libros para adultos, como ‘El heredero’, con el que ganó el Premio Novela de Bruguera.
¿Es exigente el público infantil?
No es el público más exigente. Es sensible, después ves que los niños se identifican con algunas cosas más que con otras y es curioso ver por qué. Mucho depende del nivel lector de cada uno. Creo que no ayuda demasiado la enorme cantidad de libros de todo tipo y toda tendencia, en librerías y en libros personalizados. Sí que es verdad que encuentras de todo, libros con óptica infantil en el sentido no de simplificación sino de diafanidad. Los niños tienen una mirada diáfana, porque decir limpia es un poco idiota y porque todos los niños tienen padres, madres, conflictos, les pasan cosas en su poco tiempo de vida, pero sí conservan una mirada diáfana y hacen menos juicios.
Cuando decides crear Upala Books, ¿por qué te especializas en el libro personalizado?
Hay muchísimas editoriales infantiles, muchísimo libro infantil, es difícil distribuir y los márgenes son muy justos. Todas las editoriales están buscando cómo potenciar lo que hacen. Les cuesta sostenerse, estar en las librerías. A mí me pareció que iba a ser más inalcanzable económicamente convertirse en una editorial tradicional con una estructura mínimamente convencional, con un contrato con la distribuidora, siendo pequeño no tiene mucha capacidad de negociar con la distribuidora, que te coloquen tus libros, tienes que estar renovando, más que en una editorial de libro personalizado, donde a pesar de que hace falta una inversión inicial, los libros no están sujetos a la tiranía de la novedad.
¿Hay más tiranía de la novedad en las librerías?
En las librerías, si tu libro no se vende lo cambian de lugar rápido o a lo mejor lo tienes dos meses en una mesa, pero si no te va bien no hay tiempo de esperar porque vienen novedades. En el libro personalizado es un poco todo lo contrario.
Si consultas con expertos de comercio en Internet te dicen que al contrario, que la abundancia excesiva de títulos va en contra del negocio por decirlo así. Te conviene tener poco y hacerlo muy visible.
Nosotros hemos empezado con dos, que es poco, y para septiembre u octubre tendremos dos más. La idea es que esos cuatro títulos abarquen un pequeño espectro editorial y apoyarlo mucho.
Una vez decidido a crear la editorial, a la hora de escribir los cuentos, ¿te fijabas más en los valores o en la diversión de los niños?
Siempre, como buen neurótico, y puede parecer pretencioso, para mí hay unos parámetros literarios que están antes que los valores. Los valores están dentro de cualquier libro, después se publican historias con valores terroríficos, como el cuento de ‘La lechera’, en el que parece que soñar es la ruina, o ‘Los tres cerditos’, que es absolutamente vertical: el que vale es el que es capaz de trabajar muchísimo, y si hay alguien que por lo que sea no tiene esa condición, no hay otra opción. Otro ejemplo es ‘La cigarra y la hormiga’, la hormiga es como el ejemplo de lo que debe ser, y la cigarra, como canta, no merece tener un sostén durante el resto del año. Estos cuentos se siguen publicando y siguen teniendo cierta gracia a pesar del mensaje.
Yo creo que el niño más que con el mensaje se queda con el azar, con la situación azarosa, con la expectativa de lo terrible que puede pasar, con los desastres que prometen esas situaciones.
Comentas que para ti son más importantes los criterios literarios, ¿cuáles son?
Yo creo que los que uno encuentra en la literatura de adulto. Reflejar una situación humana, pensando incluso en un libro infantil, para un niño de cinco o seis años. Exponer un conflicto. Crear un azar alrededor de ese conflicto, una nube de posibilidades que haga pensar qué haría yo en esa situación, o que sin pensarlo digas ‘tiene que hacer esto’ y después ya verás si el protagonista hace lo mismo que harías tú. Y una resolución desprovista de nada punitivo. Sí tiene que haber una ética, pero el mensaje normativo es el que yo intento evitar. La literatura infantil es el retrato del alma humana a través de un niño, como puede ser Alicia o la Sirenita.
En los libros infantiles, ¿hay más lugar para la imaginación? Alicia puede caer por un agujero y aparecer en otro mundo…
Sí, o puedes hacer que un trueno se meta dentro de la habitación y se convierta en un personaje. O hacer cuentos con animales. Lo soporta bien la ciencia ficción y el fantasy, pero creo que están sujetos a otras leyes, y la imaginación infantil es más diáfana. Tienen una capacidad de creer, es como si fueran los mejores espectadores de teatro del mundo. Son capaces de creerse todo lo que leen y al segundo saber que todo eso es una mentira total, no van a salir de ahí pensando que va a ser realidad.
Creo que es importante que los cuentos infantiles puedan hablar de conflictos presentes, más que de valores. Los valores, si tú los tienes, no vas a poner que hay que pegar al que es diferente, no es esa la resolución.
Se puede estigmatizar al que maltrata y a lo mejor el que maltrata tiene que ser comprendido para que ese problema no ocurra o no se repita. Si no comprendes las dos partes del asunto… En el tema del bullying, por ejemplo, hay que tratar todos los personajes, la víctima, por supuesto; se desata una cosa muy compleja psíquicamente. De eso se deben encargar las escuelas, debe haber una asignación suficiente, los maestros deben estar preparados para hablar de ello, debe haber psicoanalistas, psicólogos, expertos infantiles, etc. y poder manejar todos los vectores.
¿Uno de los objetivos es que el lector se sienta dentro de la historia y por eso se hacen libros personalizados?
Eso les fascina. Cuando saqué la novela ‘Náufragos’ le puse Nico al personaje porque me gustaba como sonaba. El hijo de unos amigos se llama Nico y se quedó, bueno, él pensaba que le había puesto Nico por él, y yo le dije ‘claro que sí’. Lo contaba en el colegio ‘se llama Nico, como yo’, etc. El libro se convirtió para él en algo más importante. Lo había leído, estaba encantado, pero además tenía el plus de que el protagonista se llamaba como él.
¿Pasa a ser un libro especial?
Sí, y a inaugurar una vía de magia. Cuando yo leo ‘Cinco horas con Mario’, no dejas de pensar si eres un poco tontorrón como a los que nos gustan estas cosas ‘ay, se llama Mario’. Te hace gracia. Creo que también para los padres, que a la edad de empezar a leer con los niños buscan cosas que les faciliten el leer en vez de saltar o jugar a la pelota dentro de casa o estar con la Nintendo, y le puedes añadir cosas que tienen que ver con ellos. Creo que es un factor más, pero no tiene que suplir la necesidad de una historia que valga la pena, sino complementarla y potenciarla.
¿Cuáles son las historias que valen la pena?
No sé, ¿qué historias valen la pena? Mi primer libro infantil es un grupo de animales maltratados que huyen, que tienen un circo y en su lugar van a hacer un centro comercial. Quedan dispersos por el mundo y se buscan la vida haciendo lo que saben hacer en la calle, y se van encontrando de casualidad y deciden hacer algo juntos.
¿Crees que las lecturas que nos gustan de pequeños de alguna manera nos marcan de adultos y las recordamos?
Si, y las imágenes también. Recuerdo en mi casa, cuando era niño, que tenía unos abuelos muy amantes de cosas artísticas, tenían unas ediciones de ‘Los viajes de Gulliver’ con unas ilustraciones que yo creo que eran grabados. Era espectacular. Las imágenes de Gulliver todavía hoy las tengo en la cabeza como en la infancia.
Por eso los libros infantiles siempre van acompañados de imágenes.
Sí, yo creo que es importante diferenciar dos vías. Que el texto tenga su organicidad, su autonomía, gracia y humor. El humor es importantísimo. Uno de los personajes del libro ‘La misteriosa máquina del profesor Mabús’, que puede ser el abuelo, la abuela o la tía del niño, está mirando un programa de televisión. No importa si tu tía ve o no un programa horrible de televisión, pero le puedes hacer el chiste. Es un programa en el que el premio son cien colchones, y la niña no puede entender ‘para qué quiere cien colchones mi tía’ pero la tía lo único que quiere es ver el programa.